He seguido el sendero con la brújula estropeada en el bolsillo, con el peso del camino a cuestas y a sabiendas de que existe un destino. He observado la cima sombría de este Everest, difusa, escondida tras mares de niebla, que aparece y se esconde ante mis ojos haciéndome creer que es tan sólo un espejismo. Será la lluvia que me empapa la que borra todo resto de anhelo por llegar cúspide, con cada gota me despoja de ganas, de apetito, de afán.
Sin embargo, acompañada por el resto de los salmones todo parece más llevadero; me limito a ser arrastrada por el torrente y en ese preciso instante comienza la inercia de mis aletas. Es durante esta avalancha cuando sucede la magia del trayecto, sin quererlo mis escamas se rozan con otras, parece que he encontrado mi lugar. Mi lugar entre salmones. Entre mares inmiscibles.
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