

Yo misma descubrí uno. Un muro imponente que sólo yo conozco, completamente distinto a los anteriores. Es de apariencia firme,sólida y consistente, hace que al contemplarlo me sienta minúscula e insignificante, como los liliputienses ante Gulliver. De primeras intimida, asusta, se levanta desafiante y resulta infranqueable, pero lo tomo como un reto. Curioseo, no me canso de observarlo con asombro, preguntándome de dónde habrá a salido, quién lo levantó y por qué.
Este muro no tiene cadenas de espinas, ni cristales cortantes,ni púas de metal, ni está vallado o electrificado. Se alza cerca del mar, con las paredes cubiertas de salitre y algas, decorado con caracolas y frases que me suenan, crecen ramos de rosas y lirios a su alrededor. Se lo que me espera al otro lado del muro y vale la pena cruzarlo por amor. Busco alguna rendija para colarme, sin suerte. Cojo carrerilla para intentar saltarlo pero con cada tentativa me choco. Aminoran las fuerzas cuando tropiezo, levanto, escalo, caigo o empujo.
Sin embargo, al acercar la oreja, te escucho y te siento al otro lado. Cada latido me llama, me atrae como un imán y quiero llegar a ti. De nuevo me planto frente a esta fortaleza, esperando el día en que caiga o se transforme en un puente.
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