La impotencia y la confusión desaparecen por completo, esa capa espesa de niebla que cegaba mis pensamientos deja paso a la claridad. Al fin logro escribir algo con sentido.O eso creo.
Los primeros meses resultaba imposible tratar de encontrar las palabras adecuadas para plasmar lo que sentía ¿Cómo calificar el vacío que dejan las personas cuando nos abandonan? Nisiquiera me atrevía a pensar en ello, no me veía capaz de afrontar cara a cara a mi propia ambigüedad. Me ahogaba en un mar turbio e intentaba nadar hacia la superficie pero el peso de la nostalgia me arrastraba hasta las profundidades. Tras su marcha quedaron grabadas en mi piel cicatrices imborrables, que con tan solo palparlas me llevan de vuelta a aquellos dias de júbilo, atardeceres enternos y besos pasionales. Las caricias, esculpidas en mi alma, permanecen como recordatorios de lo que fue ese amor incondicional. Dibujadas en mi cara, las sonrisas parecen no desaparecer nunca. Carcajadas que dejaron tras de sí un eco permanente en mi cabeza y retumban como el sonido de mil corazones latiendo juntos.Me sentí vacía. El planeta giraba a una velocidad de vertigo y yo me había quedado clavada en aquel lugar, apollada en esa barandilla frente al mar. En el mismo lugar donde nos dimos aquel último abrazo y el beso que marcaría el final de nuestra historia. Aun lo siento, ardiendo sobre mis labios como un veneno placentero que me corroía por dentro, doloroso. Se mezclaba con las lagrimas que brotaban de mis ojos como cascadas infinitas que se perdían en el vacío y finalmente acababan desembocando en el mar. Un sabor tan dulce como el azúcar y tan amargo como el café envolvía nuestras bocas. Como olvidarlo.
